COLABORACIÓN
Por Lester McKenzie Hamilton
De nuestros años mozos recuerdo el anuncio de una casa licorera que decía «Como cambia la cosa caballero, como cambia …» y al repasar el video mental de esa época ambientándolo a nuestros días, diría «Como cambian los tiempos caballero, como cambian …».
A principio de los sesenta las diligencias, ir al cine, al río, visitar amistades, ir a la escuela o al liceo, aun viniendo de los campos aledaños, por ejemplo, se hacían a pie pues las bicicletas, motores y carros no eran tantos y se tenía la percepción de que nada quedaba lejos.
Existían los colmados y los almacenes donde se hacía la compra y algunos tenían «delivery» pues se llevaba la mercancía adquirida, dependiendo del volumen, en una bicicleta de canastos o un triciclo. En el colmado del vecindario se vendía a crédito, no a todo el mundo, y lo adquirido se anotaba en un cuaderno saldándose la deuda a fin de mes.
Los vegetales y la carne se compraban en el mercado y una marchanta solía pasar por la calles vendiendo al pregón verduras y componentes para las ensaladas.
El agua se tomaba directamente de la llave o la pluma, en la mayoría de las casa se conservaba «fría» en una tinaja y había hogares donde existía un aljibe que conectaba con el techo que en esa época era de zinc en la inmensa mayoría de los hogares al cual colocaban una especie de colador de tela a la entrada del mismo; la leche se compraba en lugares específicos, nosotros, por ejemplo, donde don Manuel Gómez Ceara en la Padre Adolfo y el pan lo llevaba Manolo en su bicicleta de canasto.
La ropa incluyendo los trajes en su gran mayoría se confeccionaban en sastrerías los hombres (Los Mellizos, el Maestro Pickerton y Juan de Jesus Cornelio, de los mas solicitados), las damas iban donde la modista (doña Nidia Johnson, doña Adela Moya, entre ellas), la tela se adquiría donde los Berrido, Nano Grullón, Lolo Nuñez, las tiendas La Vegana y la California, entre otras; los zapatos eran reparados con mucha calidad por los zapateros quienes también los fabricaban y recuerdo dos tiendas, Mi Patria de Rubén Gonell, en la Padre Adolfo al lado de los Berrido y la de Freddy Simon Viloria en la Independencia (hoy Juan Bosch), casi esq. Colon en una casa de varias puertas, sin galería donde vivían varias familias, frente a la casa del Ing. Víctor González y siempre escuche decir que una señora que vivía con una de esas familias dormía en un ataúd.
Los teléfonos eran de 4 dígitos, muy esporádicos por cierto y cuando había necesidad de hacer una llamada se iba donde el vecino que tenía uno y luego del permiso de rigor se utilizaba brevemente; los televisores, de tubo y en blanco y negro tampoco eran muchos y por lo menos había un buen radio en las casas donde se escuchaban programas en amplitud modulada (AM), asi como en onda corta, larga y media pues no existía la frecuencia modulada (FM).
Los perros eran viralatas color kaki hasta que empezaron a llegar los pastores alemanes, collies, bulldog y mas tarde los dobberman (hasta películas se hicieron sobre estos: «Los dobberman atacan de nuevo).
Lo normal era usar un reloj en la muñeca y de ellos recuerdo dentro de los mas populares los Mido, Oris, Omega, Eterna-matic, Bulova, Caravelle, hasta que llego la invasión asiática con los Seiko, Casio, Citizen y Orient.
El cine-teatro La Progresista y el Rivoli exhibían todos los días las películas que traía JJ González al país por las noches a partir de las 8:15 pm y los domingos eran un disfrute para jóvenes y niños con la Tanda Vermouth a las 10:30 am y el Matinee a partir de las 3:00 pm.
Allí se realizaba el clásico intercambio de muñequitos … imposible olvidad a Goliat. Bañarnos en los aguaceros por las calles del pueblo, disfrutar del agua que caía del techo del segundo piso del Liceo por un caño, jugar baloncesto bajo la lluvia, salir a marrotear detrás de la propiedad de Atica Mota, ir a Bayacanes, El Pino, Acapulco, el Higuero, los charcos Estrella y El Muerto, disfrazarnos en febrero, degustar el inolvidable pie-crema del Wing Sang Long después de la retreta, las barquillas de La Gioconda, de don Pepe Sánchez, si mal no recuerdo, escuchar las Pinceladas Mexicanas por La Voz del Camú con Hilario María Vargas a las 7:00 pm, el programa de variedades con «la voz amiga de siempre de Tati Morilla» y el pito del tren anunciando su llegada eran del deleite de los Veganos.
Finalmente, cuando fallecía un persona el velatorio era en la casa, y el ritual católico implicaba colocar un cirio encendido en cada esquina del ataúd, se solía imprimir una esquela mortuoria regularmente en la Imprenta La Palabra la cual era distribuida por uno que otro joven del vecindario por el pueblo; no siempre se usaba coche fúnebre pues en ocasiones el ataúd era llevado a mano y en la medida que el cortejo pasaba por las calles hacia el cementerio, las puertas y ventanas de las casas se cerraban, se apagaba o bajaba el volumen de los radios y los hombres se quitaban el sombrero o la gorra en señal de respeto al difunto.
¡Hasta una próxima entrega sabatina!