COLABORACIÓN
Por Lester McKenzie
Tal vez muchos piensen que Lester McKenzie es un hombre confundido que vive pensando en cosas de una niñez que más nunca volverá, perdónenme si quizás tonto he sido con este reflexionar de las añoranzas de aquellos inolvidables años, pero como dijo el gran filósofo Descartes: “Ego cogito ergo sum” (Pienso luego existo).
Son muchas las cosas que deseo que perduren en mi vida, pero sin lugar a dudas lo que más deseo son aquellos tiempos de mi niñez, aquel tiempo en el que no sabía si el que era libre y feliz era yo o mi esa inolvidable chichigua que surcaba los cielos. Porque existo es que pienso en mi niñez y sus tantas vivencias en un sin fin de incontables reflexiones.
Son tantas las cosas hermosas vividas en esos años, que muchas veces he pensado en recrear muchos de mis sueños, y en ese mundo recreado poder tomarlo y encerrarlo en un frasco para revivirlo cada vez que vengan esos recuerdos, como ahora.
Imposible olvidar que desde pequeños asimilamos esa figura de autoridad, nuestros padres, tíos, abuelos, padrinos, vecinos, profesores, adultos, etc., y que cada acto realizado tiene consecuencias positivas o negativas teniendo como resultado las preconcebidas recompensas como también las susodichas sanciones.
Con disciplina, consistencia, firmeza, apoyo, aliento, amor y acompañamiento fuimos impulsados a superar las conductas negativas y a fortalecer el autoestima.
Los niños veíamos en los adultos a nuestros aliados, nuestros héroes, y con mucha sutileza nos hicieron aprender y comprender que nuestros actos conllevaban consecuencias: si estos eran positivos, las consecuencias también lo serían y si en cambio esos actos eran negativos los resultados implicaban castigos dependiendo de la magnitud de la falta cometida.
Hasta donde el video mental nos permite retroceder en este recorrido de nuestros años infantiles, recordamos como nuestros padres se convirtieron en nuestros primeros agentes socializadores, poniendo límites a nuestro comportamiento, y mientras más pequeños éramos, las consecuencias de nuestros actos eran más concretas y hoy dia estudiosos de la conducta humana dicen que a partir de los 5 – 6 años el niño es capaz de diferenciar lo bueno y lo malo a través de las recompensas o sanciones que le ha tocado vivir a su corta edad y le ha permitido ir encausándose en diferentes puntos de socialización de su vida, como la familia, el entorno de sus amistades y la escuela, por ejemplo.
Nuestros padres fueron muy habilidosos en el manejo del aspecto formativo pues comprendían muy bien la importancia de reconocer una acción positiva con la consabida recompensa en una época en que no había muchas opciones para premiar y se la ingeniaban para lograr que “ese premio” tuviera el impacto deseado.
Sin mucha preparación académica pero con un gran manejo de paternidad y maternidad responsable comprendían que la motivación intrínseca era la fuerza que nos ayudaría a seguir por el camino correcto y a esforzarnos por alcanzar nuevas metas, nos decían lo que ellos esperaban de nosotros y nos ayudaban a comprender el por qué de la conducta incorrecta.
Entendían muy bien que cada uno de sus hijos era diferente, que con los niños pequeños el manejo no es el mismo comparado con el de los más mayorcitos, pero como en la inmensa mayoría de los casos la madre normalmente estaba en el hogar, la aplicación de medidas correctivas era inmediata y no había que escuchar la famosa frase “Espera que llegue tu papa”.
Por un sin fín de razones, hoy día las cosas son diferentes, muy diferentes y vivo convencido de que este derrotero solo cambiará de dirección cuando en el hogar se vuelva a tomar el toro por los cuernos y se tracen las pautas aplicando el sentido común, que lamentablemente se ha convertido en el menos común de los sentidos.
¡Hasta una próxima entrega sabatina!